viernes, 22 de mayo de 2015

Los jueves relato: ¿Cómo somos de solidarios los humanos?

Atendiendo a la llamada juevera de Carmen Andujar desde su sitio Mezclando Arte, me uno a su llamada para saber ¿cómo somos los humanos de solidarios? Quiero participar con esta historia que ya publiqué en mi libro de relatos "Despertar". La ilustración es exclusiva y de una astista genial, Carmen Artigas. Aquí más relatos solidarios.



VIDA
Estoy sentada en la sala de espera de un hospital que no conozco en una ciudad que nunca he visitado. Me  encuentro sola, en la que está siendo una noche larga, la noche más larga y dura de toda mí vida. Hasta hace sólo tres horas, la vida de la que disfrutaba era plácida y monótona, casi feliz. Ahora, esa vida aburrida y sencilla ha estallado en mil pedazos, así, como con un chasquido de dedos. 

Como envuelta en una neblina, siento que alguien ha entrado, se ha sentado a mi lado y me está hablando, pero yo soy incapaz de oír nada de lo que dice. Percibo su tono, pero éste es lejano y distorsionado. Tampoco me esfuerzo mucho. La miro, pero en realidad no la veo. A mi alrededor el mundo está borroso. Todo parece moverse con lentitud, no soy capaz de pensar y tampoco me siento con fuerzas para reaccionar.

Poco a poco, el dolor que huye de alivios va dejando paso a un suave adormecimiento que se va apoderando de mí y que me evade, lo releva y yo lo agradezco. La persona sentada a mi lado continúa hablando, pero ya no oigo. Ese extraño letargo me traslada a una fiesta, hace unos días. Es el cumpleaños de Raúl. La casa está llena de gente, son sus amigos. Hay risas  y mucha alegría. Yo me veo mirándolo, y siento que peco de orgullo, ¿Cómo no hacerlo?, pero no me siento culpable por ello, él está lleno de vida y lo demuestra a cada instante. Habla con todos, ríe por todo, le encanta estar rodeado de gente, sentirse querido. Es en esos momentos de máxima felicidad que se me acerca, exultante y vehemente. Me abraza, me gira en el aire y me besa en la mejilla mientras repite una y otra vez  esa frase que tanto le gusta decir:

  “La vida es tan maravillosa que  nada en ella debería desperdiciarse”.

Tras esas palabras y como movida por un resorte, de repente mi percepción de la realidad cambió, fui consciente de la persona que me hablaba. Era una enfermera. Me susurraba con calma y con amabilidad. Supongo que consciente  de lo difícil que eran aquellos momentos para mí. Me costaba entender claramente lo que decía, pero había una palabra que repetía constantemente. Era la palabra VIDA. Entonces empecé a comprender. Aquella enfermera me estaba pidiendo una decisión:

-        El tiempo es escaso – decía – y muchas otras personas necesitan su ayuda. La vida es un bien extremadamente preciado. Por su hijo, desgraciadamente, ya no se puede hacer nada, pero él aun puede hacer el bien más supremo, dar de si mismo para ayudar a otras personas. No hay mayor gesto de generosidad. Necesitamos que nos confirme si desea donar los órganos de su hijo.

La miré con sorpresa. ¿Cómo podía pedirme algo así en estos momentos? ¿No era consciente de mi dolor y de lo sola que me quedaba? Negué con firmeza, incluso tuve deseos de irme de allí, quería dejar de escuchar, seguir a solas con mi pena.
Pero ese pensamiento duró sólo un segundo, al instante volví a evocar a mi hijo levantándome en volandas y repitiéndome una y otra vez aquellas palabras. 

“La vida es tan maravillosa que  nada en ella debería desperdiciarse”.

Entonces comprendí su verdadero significado. No podía ser casualidad recordar precisamente esa frase en este momento. Él, generoso como era, sabía que siempre había un porqué.
Aun tenía los ojos inundados en lágrimas cuando, rota por el dolor pero orgullosa y embriagada por el inmenso amor que le tenía a mi hijo, respondí que si. Yo ya no lo tendría a mi lado, ya no lo podría tocar, ni besarlo, ni contarle mis problemas, esos a los que él siempre sabía darles la vuelta y transformar en sonrisas. Pero esa vitalidad y esas ganas de vivir las contagiaría a todas las personas que  recibieran esos trocitos de vida en los que se convertirían sus órganos transplantados. Ahora, por fin, lograba entender lo que él siempre tuvo claro, que la vida es demasiado valiosa para desperdiciarla.

viernes, 1 de mayo de 2015

Los jueves relato: "Tomándole el pulso a los Jueves"





Llegó a mí como socorro de un mal momento, que ya venía precedido de otro mucho peor, en el que la vida parece abrirse en dos tragándolo todo; de repente, como la cornisa que aparece salvadora, allí estaban los jueves. Me agarré a ellos con esperanza, en el fondo sentía que ese era uno de mis últimos trenes y, a pesar de alguna ligera espinita, pronto me sentí como el niño chico que por fin estrena sus relucientes botas de fútbol. Y es que no hay nada como la confianza de sentirse cómodo y acogido para comenzar a crecer.

Gracias a los jueves he escrito más que nunca, y sobre todo he aprendido más que nunca, he desarrollado una imaginación que nunca creí poseer, he viajado, he tenido encuentros entrañables con personas inolvidables y sobre todo me he sentido a gusto con gente que me mostraba familiaridad; en definitiva, me he sentido un juevero más.

Yo no sé si hay que hacer muchos cambios en la dinámica de los jueves, aunque sinceramente creo que están bien como están. Pienso que las cosas que funcionan cuanto menos se toquen mejor. Porque lo bueno que tiene este grupo es que nunca nadie se siente extraño ni desplazado. Uno puede estar durante meses sin participar, o como el Guadiana entrar y salir, pero siempre tiene la seguridad de que las puertas están completamente abiertas, sin cuestiones, sin preguntas, simplemente sumando un breve texto; al fin y al cabo cada uno tenemos nuestra propia vida al margen de los jueves y eso, este grupo siempre lo ha sabido respetar.
Personalmente tengo muchas gracias que dar.

Nota: Espero que me disculpéis si esta semana no puedo visitaros a todos.